Es como un alambre de espino, imagínalo, doloroso, duro, seco. Quiere pasar por tu garganta pero se queda ahí atascada, dejándote sin la posibilidad de pronunciar palabra. Dejándote impotente para que entre o salga absolutamente nada.
Una emoción que no se digiere, que no se vive con apertura, que se rechaza; una vivencia dolorosa que te marca, se queda ahí hecha bola esperando a que quieras mirarla de frente y decirle ¡ya basta!.
A menudo nos cubrimos con una capa llamada “ yo soy así” o “ya no puedo cambiar”, una capa que en absoluto sana nada, solo entierra bien hondo un dolor que se aferra a ti, te acompaña y te hace tremendamente vulnerable.
Porque, sí, cuando no te miras, cuando echas balones fuera, cuando no quieres contactar con tu dolor, él y sólo él se hace dueño del baile. Si, eres vulnerable, porque hasta que no decidas dar un paso al frente, tus sentimientos, acciones, relaciones y tu vida entera están gobernadas por él.
Revisa tus enfados y mira el color de tus críticas. Si van dirigidas hacia fuera, llevan la dirección equivocada. La única forma de que ese nudo, el que te aprieta el pecho, deje pasar calma, deje pasar felicidad, es mirar hacia dentro, hacerte cargo de tus vivencias, aunque sean injustas y aunque sientas que te aplastan.
A menudo, responsabilizamos a los demás o a nuestra historia de vida y nuestras experiencias desagradables de nuestro estado actual de ánimo y de nuestras dificultades. En efecto, todas estas experiencias conforman lo que somos en la actualidad, también de nuestro dolor, sin embargo, como adultos somos responsables de qué hacer con ello.
Sin duda no tenemos elección en que ciertos sucesos desagradables ocurran en nuestras vidas y es innegable que éstos la marcan y dejan en ocasiones una huella enorme. No obstante, con la ayuda pertinente, podemos desarrollar estrategias que nos saquen de esta incomodidad, que nos alivien este sin sentido de sufrimiento que se alarga por años y que nos limita la vida.
¿Cuánto haces para ello?.
Yaiza Cabrera Barragán