La heroína es una de la drogas con mayor capacidad adictiva que existe. Hasta tal punto, que es posible que alguien desarrolle adicción a la misma desde sus primeros consumos.

Históricamente, en España alcanzó su mayor tasa de consumo durante la década de los 80 y principios de los 90. Tal fue su magnitud que propició, hace 25 años, la creación del hoy conocido Plan Nacional Sobre Drogas.

Actualmente, aunque sigue habiendo una gran cantidad de heroinómanos en España, la heroína no es ya una droga atractiva y popular. Al contrario. Tiene mala fama incluso entre jóvenes consumidores de otras drogas.

La figura callejera del adicto a la heroína como un marginado y despreciado que se caracteriza por su abandono personal, falta de higiene, síndrome de abstinencia tan pronunciado y el riesgo de contraer VIH/SIDA, ha producido el rechazo a la administración de esta sustancia por vía endovenosa (jeringuilla). La inyección ha sido sustituida por la vía pulmonar (fumada) y la vía nasal (esnifada).

En los últimos años, la heroína reaparece en nuestro país y empieza a preocupar a los expertos.

El adicto a la heroína de hoy llama menos la atención externa a pesar del gran deterioro que sufre. Consume, además, otras sustancias tales como cocaína, alcohol y cannabis. Puede ser habitual el uso de la heroína como método para paliar los efectos de otras drogas.

Los opiáceos provocan analgesia, somnolencia, modificaciones del estado de ánimo y embotamiento. La analgesia no se acompaña de pérdida de la conciencia. Si se superan las dosis analgésicas, se experimenta euforia y en ocasiones va seguida de una sensación profunda de tranquilidad que puede durar horas antes de dejar paso a la somnolencia, el embotamiento y la lentificación motora. Rasgo característico del consumo de heroína es la constricción de las pupilas y el estreñimiento. Picazón, náuseas y vómitos son síntomas que pueden acompañar al consumo de heroína.

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